Pepón
Una de las estepas más extensas de ternura y desolación es la del tonto del pueblo de cuerpo presente. Sus tías enlutadas hasta el extremo habían llorado tanto que cualquiera hubiera creído agotado su ímpetu para seguir, como lo hicieron, de manera tan porfiada con los rostros enrojecidos e inasequibles al reposo. La madre que ya desde hacía semanas desvariaba (todo el día cantando el Oriamendi y leyendo una novela ajadísima de Álvaro Retana) estaba postrada en cama, sin comer sólido y tomando solamente los caldos que sus cuñadas preparaban sin parar. Así que el velatorio era cosa para ellas que no paraban de sacar botellas de anís y de coñac y pastitas que habían comprado en el horno de Cifuentes que también cobraba la iguala de dos médicos ¿Cuándo dormía ese hombre? Las visitas permanecían graves, se conoce que por tener la boca llena y los sollozos de las tías eran como el órgano que suena en las catedrales a medio fuelle. Habían vestido al difunto con un uniforme de al...