Los olvidados: Percudido Balmases


 La Guerra Civil fue un completo desastre desde todos los puntos de vista; España se instaló en un submundo similar al que hoy habita Corea del Norte y al que muchísimos militantes activos de la ilitiocracia actual desearían volver porque en la estulticia absoluta es donde mejor respiran.


Junto con todas las ramas del árbol de la inteligencia, la cultura fue una gran damnificada y hubo de tomar el camino del exilio.


Emeterio Díez da la cifra de 213 cineastas emigrados a partir de la Guerra Civil de los cuales más de la mitad recalaron en México.

Nombres como Luis Buñuel, Carlos Velo, Eduardo Ugarte, Gregorio Martínez Sierra, Paulino Masip, Eduardo Borrás o Julio Alejandro pueden situarse en aquel México generoso y solidario de Lázaro Cárdenas del Río.


El exilio abrió perspectivas en creadores que apenas se habían acercado al cine como Percudido Balmases que, desde que dejara la venta ambulante de barquillos, había participado como jovencísimo ayudante de dirección y redactor de diálogos en uno de los títulos emblemáticos del cine de resistencia democrática durante la guerra: Sierra de Tollos (Espoir, André Malraux, 1938-39)


Trabajó en más de cincuenta guiones originales a lo largo de dos lustros y adaptó obras de Alejandro Casona y otros autores colaborando para llevar a la pantalla obras del poeta malagueño Manuel Altolaguirre. Es en México donde su trabajo como guionista, productor y director alcanza altas cotas de perfección técnica.

Su trayectoria da un giro sorprendente tras tomar contacto con la obra de George H. White, seudónimo de Pascual Enguídanos Usach el liriano más universal y desconocido de la miope Comunidad Valenciana.


"La obra de Enguídanos es para mí como un balcón abierto al aire fresco y cosmopolita del mundo", declaraba Balmases  al mismo Pedro Erquicia en un "Informe Semanal" emitido en 1977.


En efecto, la descomunal obra fílmica de ese maño casi catalán nacido en Tamarite de Litera, recorre el género de la ciencia ficción con mano maestra. Más de setecientas películas desbordantes de imaginación y buena factura enriquecen la historia general del cine aunque, en honor a la verdad, entre todo ese rosicler destacan las cintas en las que aparece su actor fetiche Hepatopáncreas Ayuso a quien conoció accidentalmente en un viaje a Barcelona donde Ayuso sustituía a veces al gran Ni en el maravilloso Teatro Chino de Manolita Chen.



Vicentita Soler, por entonces novia de un seminarista de Fraga y a la sazón vicetiple de revista, hizo tándem con Ayuso gracias a una carambola del destino y juntos dieron lustre a una pléyade fílmica impagable de la que hemos presentado aquí una breve exposición de carteles para general conocimiento y disfrute.
















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