Santa María de la Cabeza

 



Son muchas las clases de familia que el transcurso del siglo nos viene mostrando y muchos son los defectos y virtudes que, en un sentido u otro, todas exhiben. Desde las familias que, en un extremo, son un fracaso total como unidad de convivencia hasta aquellas que, en el otro extremo, constituyen un ejemplo en el completo sentido del  término. De las primeras ya se ocupan los sabios de la conducta, entre las segundas traemos aquí una verdaderamente asombrosa.

Santa María de la Cabeza, o María Toribia como era conocida en las múltiples localidades que se disputan su nacimiento en un febril afán por mantener un turismo en decadencia, fue la figura materna de una familia devota ferviente y de tan acrisolada fe que dio al orbe cristiano nada menos que tres santos.  Estamos hablando del siglo XI d.C. y de unos hechos, si es que sucedieron, que carecen de documentación suficiente pero que la tradición y la sentida fe popular desde luego avalan.

Santa María de la Cabeza.
Santa María de la Cabeza. Wikipedia

María Toribia se dedicaba a las labores agrícolas allá donde las desempeñase y se da la circunstancia de que otro agrícola, apuesto sin duda, recto, muy pío y de profesión zahorí, frecuentaba los predios que Toribia amorosamente cultivaba; del roce debió nacer el cariño y de este modo Isidro de Merlo casó con María Toribia. Quizá el amable lector ya esté barruntando que este tal Isidro de Merlo y Quintana no es otro que San Isidro Labrador. Pues sí, así es y en vida se le atribuyeron cinco milagros a los que se sumarían muchos más tras su canonización en el siglo XVII; se conoce que este larguísimo proceso estimuló en tal modo la inventiva de los postulantes que amasaron un buen excedente de milagros. 

Pero volvamos a la madre que es la que da título a esta retahila porque hay un aspecto verdaderamente inquietante en la nominación de esta santa mujer. María de la Cabeza es a todas luces un nombre artístico pues sabemos que se llamaba María Toribia sin que haya quedado claro si Toribia era o no apellido a juzgar por el gran éxito que tuvo el “de la Cabeza”.

Como no hay apenas documentación sobre ella porque el grueso de los legajos se los llevó su consorte, tenemos que echar mano de la tradición oral y, en menor medida, de la escrita para intentar explicar el por qué de ese apelativo “de la Cabeza”.

Las crónicas de Jaime Bleda, feroz inquisidor natural de Algemesí (Valencia), nos dicen durante el siglo XVII que pueden existir varias explicaciones para el triunfo del apelativo que nos ocupa. La primera y posiblemente la menos creíble, que además es preciso entresacar de los escritos del dominico, sería que la santa tenía por costumbre portar en la faltriquera al menos una cabeza de ajos que diligentemente comía, ora con pan ora sin pan, tras el ángelus. Unas aleluyas anónimas que circularon en esa época contaban en divertidos versos octosílabos que la costumbre de comer todos los días una cabeza de ajos provocó a María Toribia un aliento asaz repulsivo que fue la causa de un milagro: como Isidro no podía acercarse a su esposa a menos de una cuarta so pena de sufrir catatonia grave, resultaba del todo imposible ni siquiera tentar la coyunda de modo que el protosanto, hallándose en propicia contingencia, resolvió resucitar a un desventurado niño y criarlo como propio. Milagro es pues que el único hijo de este casto matrimonio no fuese concebido sino resucitado de entre los muertos y milagro también que el redivivo deviniese santo; bueno, santo propiamente no porque nunca fue canonizado aunque se le puede considerar “santo a mayor abundamiento” o "santo subsidiario" al formar parte de uno de los muchos milagros atribuibles a su padre. 

Illán recibe el título de santo sin que la curia romana exprese ningún reparo y se le venera en ermitas como abogado contra la rabia.

 Pero esa explicación es poco plausible; quizá esta otra tenga mucho más fuste argumental: Jaime Bleda afirma que la expresión "de la Cabeza" se debe a la veneración de una reliquia de la santa, que no era sino el cráneo de la misma, que estuvo lárgamente depositado en una ermita de Torrelaguna (Madrid) y por eso se designa a la santa como María de la Cabeza.

Para chasco, unas galeradas de imprenta que debió recibir nuestro párroco de Corbera (Valencia) antes de la publicación de sus crónicas contienen anotaciones al margen en las que, con gran turbación, el clérigo expresa su estupor por el incontrovertible hecho de que en la misma época se venerase otro cráneo de la santa en Paracuellos (Madrid) y tres más en Uceda  (Guadalajara) Rímini y Taormina (Italia). De tales galeradas no se conserva ningún ejemplar aunque quedan sucintamente reflejadas en unos legajos censurados y de muy difícil acceso depositados en la Biblioteca Nacional, que aparecieron en el monasterio de las Descalzas Reales de Madrid y que, al parecer, formaron parte de unas contracrónicas escritas y nunca publicadas por el franciscano padre Fita con la idea de rebatir el presunto milagro de la curación de la reina Doña Mariana de Neoburgo.

Taormina, Rímini, Uceda, Paracuellos y Torrelaguna, cinco cráneos verdaderos de una santa agricultora, esposa y madre de santos. Incuestionable suceso que acrecienta la fe y desde luego evita aglomeraciones pues las romerías quedan más fraccionadas desde el punto de vista demográfico.



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