El gesto autoritario


Los detalles, los gestos pequeños, ayudan  muchas veces a formarnos una idea de cuál es la naturaleza real de las personas.  Cuando componemos el personaje que queremos proyectar hacia el exterior se nos suelen escapar cosas. En la estupenda película de John Sturges "La gran evasión", uno de los evadidos se dispone a subir al autobús que le lleva a la libertad cuando un agente de la Gestapo se despide de él diciendo en inglés "Good Luck!" y él espontáneamente le responde "Thank you!". 

A veces, aflora nuestra verdadera identidad sin ser conscientes de ello. Lo estamos viendo en los gólgotas que soportamos, en aras de la asepsia, en los accesos a los supermercados y las salidas de los mismos (póngase otros guantes, desinfecte el carro, no lo saque a la calle...) en la cara de guardias jurados, empleados e incluso clientes implicados; lo oímos en las arengas de los directores generales de algunas grandes superficies que nos hablan como si fuesemos de su familia; lo hacen también los bancos cuando, por correo electrónico y apeándonos el tratamiento, nos exhortan "cuídate" usando el imperativo paternal. Todos parecen saber algo que ignoramos y nos tratan con firme condescendencia.

Seguir normas. Cuanto más estrictas y menos racionales, mejor.  La autoridad no se cuestiona porque, hoy por hoy, nos protege de un virus. Si nos protegiera de cualquier quimera, el gesto sería el mismo: el gesto autoritario que, aún siendo sutil, resulta muy inquietante.

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