CATÓLICAS VIRTUOSAS
En un mundo en que la conspicua observancia de los preceptos morales que iluminan en recto devenir de las almas hacia su natural morada, hacia su unidad de destino en lo universal, el cristiano se ve impelido a desempolvar los valores y lauros que orlaron otrora su frente. El padre Ignacio Corrons, esa mente privilegiada de moralidad enhiesta, lo dijo en uno de sus maravillosos sermones que con motivo del XXXV Congreso Eucarístico de Barcelona de 1952, pronunció en Monte Juích y que sintetizamos aquí por ser de pingüe largueza.
"Y si hablamos de la mujer, la joven o incluso de la niña que, cual azucena candorosa, asoma a los azares del siglo, tenemos por fuerza que pensar que en ellas se alberga una suerte de sagrario que guarda las puras, limpias y piadosas esencias de la Santísima Virgen María, en todo inmaculada y en todo rosicler luminiscente de virtud.
¡Qué gran responsabilidad, pues, la del femenil género que no solo propulsa el humano linaje sino que cuida de la básica instrucción de éste, de su alimentación, policía y es guía sin par de su conducta piadosa!
No lo tiene fácil la mozuela, la esposa, la madre pues el Maligno, por medio de arteras añagazas que muchas veces parecen proceder del mismo Espíritu Santo (pero no lo son, por torcidas y degeneradas allá en su fondo) las tientan en desvíos y veredas floridas de escondida perdición mortal.
Los vestidos, las colonias, los pecaminosos afeites faciales en forma de libidinosos pintalabios, las medias o los pérfidos tacones altos, los zapatos abiertos, los escotes... Toda esa nómina de enemigos mortales de hombre puesto que están orquestados para debilitar su numantina resistencia a la precipitación al pozo de la ardiente lujuria, tientan primero a la más débil, desamparada y muchas veces volátil criatura femenil que, ignorante de su magnetismo voluptuoso (achacable sin duda a un rapto de inspiración artística de Dios Nuestro Señor en el acto supremo de la Creación General del Mundo Visible exento de malvada intención y más bien guiado a ofrendar al Universo una muestra palmaria de sus potencias) tienta con él a sus próximos arrumbando así las férreas columnas de la fe, la virtud y la moral cristiana.
La mujer, la joven y también la niña, pues de la tierna infancia arranca el feliz o el desdichado crecimiento en la virtud, han de permanecer ciegas a los tramposos oropeles del siglo, a los relumbrantes espejismos de la vanidad y observar rectitud en la vestimenta: faldas recatadas largas allende el tobillo, ausencia de cualquier escote, mangas siempre largas, medias tupidas, velo... Rectitud en su visaje: cara limpia de pinturas que la hermanan al indígena degenerado o retinto... Rectitud interior: fajas recias, bragas holgadas y de buena cubrición, poca exposición a perfumes, jabones o baños...
Éstas son unas leves nociones de los rasgos que caracterizan a la católica virtuosa pero que no son sino la cima nevada de una enorme montaña alpina cuyo verdadero carácter se ha de pormenorizar y reglamentar detalladamente como así sucede en el libro cuya autoría me es meritable y que con el título de La mujer católica española, crisol de virtud indesmayable saldrá a la venta la semana que viene, en las mejores y más reconocidas librerías de España al módico precio de seis con quince pesetas.
Con la Gracia Plena de Dios Nuestro Señor, que en todo nos conforta y guía: yo os bendigo. Amén Jesús".
"Y si hablamos de la mujer, la joven o incluso de la niña que, cual azucena candorosa, asoma a los azares del siglo, tenemos por fuerza que pensar que en ellas se alberga una suerte de sagrario que guarda las puras, limpias y piadosas esencias de la Santísima Virgen María, en todo inmaculada y en todo rosicler luminiscente de virtud.
¡Qué gran responsabilidad, pues, la del femenil género que no solo propulsa el humano linaje sino que cuida de la básica instrucción de éste, de su alimentación, policía y es guía sin par de su conducta piadosa!
No lo tiene fácil la mozuela, la esposa, la madre pues el Maligno, por medio de arteras añagazas que muchas veces parecen proceder del mismo Espíritu Santo (pero no lo son, por torcidas y degeneradas allá en su fondo) las tientan en desvíos y veredas floridas de escondida perdición mortal.
Los vestidos, las colonias, los pecaminosos afeites faciales en forma de libidinosos pintalabios, las medias o los pérfidos tacones altos, los zapatos abiertos, los escotes... Toda esa nómina de enemigos mortales de hombre puesto que están orquestados para debilitar su numantina resistencia a la precipitación al pozo de la ardiente lujuria, tientan primero a la más débil, desamparada y muchas veces volátil criatura femenil que, ignorante de su magnetismo voluptuoso (achacable sin duda a un rapto de inspiración artística de Dios Nuestro Señor en el acto supremo de la Creación General del Mundo Visible exento de malvada intención y más bien guiado a ofrendar al Universo una muestra palmaria de sus potencias) tienta con él a sus próximos arrumbando así las férreas columnas de la fe, la virtud y la moral cristiana.
La mujer, la joven y también la niña, pues de la tierna infancia arranca el feliz o el desdichado crecimiento en la virtud, han de permanecer ciegas a los tramposos oropeles del siglo, a los relumbrantes espejismos de la vanidad y observar rectitud en la vestimenta: faldas recatadas largas allende el tobillo, ausencia de cualquier escote, mangas siempre largas, medias tupidas, velo... Rectitud en su visaje: cara limpia de pinturas que la hermanan al indígena degenerado o retinto... Rectitud interior: fajas recias, bragas holgadas y de buena cubrición, poca exposición a perfumes, jabones o baños...
Éstas son unas leves nociones de los rasgos que caracterizan a la católica virtuosa pero que no son sino la cima nevada de una enorme montaña alpina cuyo verdadero carácter se ha de pormenorizar y reglamentar detalladamente como así sucede en el libro cuya autoría me es meritable y que con el título de La mujer católica española, crisol de virtud indesmayable saldrá a la venta la semana que viene, en las mejores y más reconocidas librerías de España al módico precio de seis con quince pesetas.
Con la Gracia Plena de Dios Nuestro Señor, que en todo nos conforta y guía: yo os bendigo. Amén Jesús".
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